Si en algún momento tuvimos esperanzas de que esta crisis fuese a cambiar algo nos duró poco. Pronto nos unimos a la legión de incrédulos a los que Enric González puso voz con una frase lapidaria: «Cuando esto amaine seremos los mismos. Menos, pero los mismos. Y cada uno irá a lo suyo». Nadie, sin embargo, ha expresado tan bien esa certeza como Antoine Gallimard, director de la editorial Gallimard, que en una entrevista del periodista Marc Bassets afirmaba: «Es verdad que después de la Segunda Guerra Mundial hubo fiestas y ganas de consumir, pero no por ello el hombre se volvió bueno. No creo que el mundo vaya a cambiar, sería demasiado bello».
De todas formas, cuando pensábamos en cambios tampoco aspirábamos a mucho: que el teletrabajo obligado con hijos revalorizase los cuidados y mostrase la necesidad de más y mejores políticas para las familias: y que este parón nos diera tiempo para tomar un poco de conciencia sobre nuestros modos de consumo, que nos diésemos cuenta, por ejemplo, de la importancia que tienen gestos tan aparentemente superfluos como decidir comprar un libro en una librería en vez de pedirlo en Amazon desde la comodidad del sofá.
En la entrevista antes citada Gallimard dice: «El eslabón débil de la cadena del libro son las librerías y las pequeñas editoriales. Son la expresión de nuestra diversidad, de nuestra riqueza». En ese mismo argumento ahondaba el manifiesto que, con motivo del Día del Libro, más de 300 editores, libreros y distribuidores hicieron público alertando precisamente de la pérdida de diversidad y pluralidad que puede acarrear esta crisis si no se toman medidas en beneficio del sector editorial.
El manifiesto partió de la Asociación ¡Âlbum!, que reúne en su seno a 23 editoriales independientes de Literatura Infantil y Juvenil, la mayoría de ellas pequeños proyectos emprendedores con entre uno y tres empleados. Hablamos con ellos para un reportaje publicado en El País que partía de una premisa: solo salvar a las librerías garantizará el futuro del sector editorial infantil y juvenil. “Si ellos no facturan, nosotros tampoco. Es una cadena en la que todos los eslabones estamos muy imbricados. Si uno falla, se cae todo el equipo”, nos decía un editor con el que charlamos para el reportaje.
Si se caen las librerías se caería todo el equipo porque la venta online no suple en ningún caso a la venta física. Solo la complementa. Y se caería porque si solo compramos en grandes superficies y en Amazon se pierde ese impagable papel de selección que hacen los libreros brindándonos títulos de pequeñas editoriales que de otra forma ni siquiera llegaríamos a conocer y no podrían competir con los grandes grupos editoriales. Y que no se caigan las librerías no depende solo de nosotros, sino también de las administraciones. Por eso desde ¡Âlbum! se reivindica también la puesta en marcha de ambiciosos programas para reequipar las bibliotecas públicas y escolares.
Programas que, como nos explicaba el presidente de ¡Âlbum!, Fernando Diego García, deben intentar emular los que rigen en muchos países de América Latina, donde existen comités de expertos en LIJ que evalúan y preseleccionan los libros para que las bibliotecas tomen sus decisiones alimentadas por esa opinión especializada. “Ese es un punto muy importante para evitar que los grupos editoriales más poderosos, con sus aparatos comerciales y promocionales, acaparen este mercado», comentaba García, que destacaba la importancia de que esas compras públicas se canalicen “siempre” a través de las librerías, para mantener éstas a flote en estos momentos de incertidumbre y para que haya «un reparto armónico de los recursos entre todos” los miembros de la cadena del libro.
Así que sí, puede que cuando todo esto amaine sigamos siendo los mismos, pero hagámonos un favor y llenemos las librerías.