La pandemia de la Covid-19 lleva casi ocho meses acaparando toda la atención informativa de los medios de comunicación. Y no es de extrañar, porque a día de hoy ya se contabilizan en todo el mundo más de 40 millones de infectados y de 1,2 millones de fallecidos. Más allá de las muertes y los ingresos hospitalarios, no obstante, la pandemia también se va cobrando otras víctimas que, sin necesidad de haber sido infectadas, están sufriendo las consecuencias de las restricciones a la movilidad y de las normas más o menos acertadas impuestas por gobiernos nacionales, autonómicos y locales para frenar el repunte imparable de contagios al que asistimos en toda España desde el mes de septiembre.
Dos de esas víctimas están siendo las familias y la infancia, y a ellas hemos dedicados durante este mes de octubre varios reportajes en la sección de mamás & de papás de la edición digital del diario El País.
En uno de ellos, nuestra compañera Diana Oliver se preguntaba Cómo está afectando la pandemia a la salud mental de las familias. En el artículo se pueden leer los testimonios de diferentes familias que han visto cómo la pandemia, el teletrabajo, el cierre de los colegios y la ausencia de medidas de conciliación han puesto en jaque su equilibrio. “La falta de medidas sociales estructurales se ha puesto de manifiesto con esta nueva realidad. Hablamos de la falta de inversión en recursos y de la falta de una senda de proyecto de país a largo plazo. La imposibilidad de acceso para muchas familias a los recursos necesarios para poder afrontar los años venideros probablemente tenga consecuencias negativas muy importantes en la salud mental de las personas. Creemos que un aspecto al que deberemos poner especial atención en adelante es los índices de divorcio, violencia doméstica y suicidio”, afirma en el mismo Lander Méndez, miembro del Grupo Consolidado de Investigación en Psicología Social: Cultura, Cognición y Emoción de la Universidad el País Vasco, que ha comenzado una investigación transcultural acerca de los aspectos psicológicos y sociopolíticos derivados de la pandemia por la covid-19.
El propio Lander Méndez explica en el artículo que está participando en un estudio pendiente de ser publicado y que se ha llevado a cabo en 17 países. Según los resultados del mismo, el bienestar de las mujeres se ha visto afectado en mayor medida que el de los hombres durante la pandemia, “con peores puntuaciones en todos los indicadores empleados para medir el bienestar: Se sentían más preocupadas, en mayor tensión y más deprimidas”.
El dilema de los parques
Otro de los temas estrella relacionados con la pandemia en las conversaciones entre familias es el que atañe al cierre de los parques infantiles, que fueron las primeras instalaciones en ser clausuradas y las últimas en abrir sus puertas tras la desescalada. En muchas ciudades, incluso, éstos no han vuelto a abrirse desde marzo. Además, desde septiembre, con la adoptación de medidas para hacer frente a la segunda ola, no ha sido extraño ver cómo una de ellas seguía siendo su clausura inmediata.
Y todo ello pese a que, tal y como se manifiesta en el artículo escrito a cuatro manos por Diana Oliver y Adrián Cordellat, no existe ninguna evidencia científica que justifique el cierre de los parques infantiles. “Hay explicación al cierre de los parques, pero no es técnica, porque sí hay mucha evidencia disponible, pero no para cerrar los parques, sino para animar a la gente a ir a ellos”, afirmaba en el mismo Javier Padilla, médico de familia y coautor de Epidemiocracia (Capitan Swing). Todos los expertos consultados, así como la evidencia científica, animan a salir al aire libre. Y los parques son aire libre. Además, los últimos estudios dejan también en evidencia a la excusa que se suele utilizar para su clausura: la posibilidad de contagio por el contacto con objetos inanimados (columpios, vallas, etc).
“Las medidas que se tomaron al principio de la pandemia y que entonces podrían estar justificadas ahora han dejado de estarlo, lo que demuestra que falta actualización científica en las medidas tomadas para adaptarlas a la evidencia científica de la que disponemos hoy en día”, clamaba al cielo la divulgadora científica Deborah García Bello.
Expertos como la docente, investigadora y referente internacional de la pedagogía verde Heike Freire destacaban también lo contraproducentes que puede ser estas medida que dejan a muchos niños sin su único espacio para el juego y la relación con iguales: “Cuando uno decide unas medidas debe estudiar su proporcionalidad y ser muy consciente de que, si se pasa de protección, esa misma protección puede tener efectos secundarios y generar efectos colaterales que la infancia y nuestra sociedad pagará durante mucho tiempo”.
Y pese a ello, la gran lección de los niños
Pese a todas estas medidas que atentan contra uno de sus derechos más sagrados, el derecho al juego; y pese a todos los reveses que han sufrido y están sufriendo durante la pandemia, los niños y niñas nos están dando una lección a los adultos de capacidad de adaptación y de resiliencia. Sobre ello habló con varios psicólogos Adrián Cordellat a propósito de la facilidad con la que muchos menores se han adaptado a las nuevas medidas escolares, que muchos padres y madres observábamos de forma anticipada con una mezcla de miedo e incertidumbre.
“Los niños y niñas no tienen tanta necesidad de control sobre lo que pasa, ni hacen un juicio permanente sobre lo que está bien y lo que está mal, ni tienen una idea tan prefijada como los adultos sobre cómo deberían ser las cosas o cuál es la mejor manera de gestionar las situaciones. Están más enfocados a experimentar que a pensar”, afirmaba la psicóloga Rosa Sánchez, experta en terapia infantil.
La psicóloga Sonia Martínez, directora de los Centros Crece Bien de Madrid, por su parte, Sonia Martínez, destacaba en el artículo la capacidad de los pequeños para centrarse en lo que sí pueden hacer, para ilusionarse y para saber sacar partido a las situaciones, incluso en tiempos de la covid-19: “La actitud de los niños es inteligente y resiliente. Se centran en lo que pueden ver, sentir o hacer ahora, y no tanto en lo que pasará en el futuro. Sueñan, se ilusionan, se plantean pequeñas metas y ven la vida como un juego. A todo eso nos enseñan ellos”.
En el mismo sentido, por último, se posicionaba el psicólogo Máximo Peña, que afirmaba que la capacidad de adaptación de los niños “es casi ilimitada”, aunque matizaba que tampoco conviene generalizar, ya que la resiliencia “no es un mecanismo innato”; y que existe “mucha variación” en la forma en que los niños responden y se recuperan de situaciones adversas: “algunos peques parecen no verse afectados, mientras que otros desarrollan una variedad de consecuencias en su salud física y psicológica”.