Las restricciones provocadas por la pandemia incrementan la irritabilidad y los ataques de ira en el entorno familiar

Desde que comenzó la pandemia, en España hemos acumulado 14 meses de limitaciones y restricciones a la movilidad y a la vida social a consecuencia de la pandemia desatada por la covid-19. Tantos meses de restricciones han dado lugar al concepto de “fatiga pandémica”, que según los expertos se está traduciendo también en una mayor irritabilidad y en un aumento de los ataques de ira, sobre todo en el ámbito familiar.

“La pandemia es una circunstancia única, algo a lo que no nos habíamos enfrentado antes. Hemos sufrido situaciones de incertidumbre y de duelo, hospitalizaciones, restricciones y cambios de vida bruscos que, muy a menudo, han hecho nuestra vida más complicada. Esto nos ha llevado a tener mayores niveles de estrés, que es una respuesta natural a entornos cambiantes, como por ejemplo el hecho de tener que compaginar de repente el trabajo desde casa con el cuidado de los niños. Todo ese estrés acumulado durante estos meses nos lleva a sentirnos más fatigados, más cansados, y por supuesto, más irritables”, afirma Gema Fuentes, psicóloga de los Centros Crece Bien de Madrid, pioneros en la enseñanza y el desarrollo de Habilidades Emocionales, Sociales y de Aprendizaje.

Para la experta, el hecho de que se haya reducido el contacto con otras personas externas al ámbito familiar y que se haya aumentado el tiempo de convivencia en familia, muchas veces compaginando trabajo, crianza y educación, ha provocado que esta irritabilidad se esté mostrando especialmente “con la familia, con las personas más cercanas”.

“En el caso de los adultos hay un aspecto preocupante: a veces no nos damos cuenta de que nos estamos enfadando, vamos acumulando tensión, y llegado un momento explotamos y terminamos pagándolo con la persona menos adecuada en el momento menos adecuado”, sostiene Fuentes, que añade que los niños y niñas no son ajenos ni están a salvo de este incremento de la irritabilidad: “Esta circunstancia nos afecta a todos, los niños tampoco se escapan. Los padres generalmente controlamos más dónde y con quién explotamos, pero todos estamos más irritables. Por ejemplo, los niños menores 6 años suelen mostrar esta ira de forma más intensa, a modo de rabietas, aunque estos ataques de ira duran menos que los de los adultos”.

 

Consejos para gestionar la ira y mejorar la convivencia en el hogar

 

Como explica Gema Fuentes, una ira y una irritabilidad continuadas llevan asociados sentimientos de “culpa, tristeza y/o vergüenza” y además interfieren “en la atención y la concentración”, lo que puede acabar afectando, además de a la buena convivencia familiar, al rendimiento laboral y educativo.

Para evitar en la medida de lo posible estas situaciones y mejorar la convivencia en el hogar, la psicóloga de los Centros Crece Bien de Madrid considera que lo principal es que los adultos aprendan a “identificar y aceptar como normal” esta ira: “En unas circunstancias tan extraordinarias como las que vivimos es lógico que haya momentos en que nos sintamos abatidos e irascibles”. Una vez identificadas y aceptadas estas emociones, habría que aprender a gestionarlas. En ese sentido, la experta recomienda “tomarse un tiempo para hacer alguna actividad que nos ayude a relajarnos”, como por ejemplo el ejercicio físico, un paseo o la lectura. En el caso de que durante un ataque de ira hayamos tenido una mala contestación, Fuentes considera “fundamental” reconocer el error, explicar los que nos ha pasado y pedir disculpas. “Tras esto podemos buscar soluciones en familia que nos ayuden a pasar estos momentos tan difíciles, como por ejemplo planificar una actividad todos juntos que sea divertida”, recomienda.

En el caso de los niños, la psicóloga destaca la importancia de que padres y madres les ayuden a identificar su enfado y a expresar lo que les pasa a través de preguntas sencillas. Lo fundamental, según Gema Fuentes, es que esas preguntas (por ejemplo: ¿te has enfadado por no poder jugar en el parque?) se realicen una vez que el niño se haya calmado y no cuando se encuentre en plena explosión de ira.

Una vez que el menor nos haya dicho lo que le que ha pasado, “hay que arropar sus emociones, nunca negárselas con frases como «eso no es para enfadarse» y buscar juntos una solución para que, cuando vuelva a pasar, el niño disponga de estrategias para desahogarse y no grite, insulte o pegue”. En ese sentido, por último, la psicóloga recomienda crear en casa un rincón de la calma, seleccionando un sitio del hogar que sea agradable y tranquilo y dotándolo de objetos que ayuden a la calma como pelotas anti-estrés, folios para escribir y expresar lo que nos pasa o mandalas para colorear

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